1. Ley, sociedad y subjetividad
Parafraseando la frase de Lacan del epígrafe: con la Ley, la culpa y la violencia comenzaba el hombre. Abordemos, ante nada, la “Ley”, límite imprescindible para sostener sociedad y subjetividad.
1.a. La ley
“Es (…) evidente que ninguna verdadera comunidad, por pequeña y primitiva que sea, puede existir y mantenerse unida sin que ciertas reglas referentes a las relaciones entre los miembros de la unidad social sean reconocidas como obligatorias para todos y cada uno. (…) sea cual fuere su fuente primera, su observancia conviene de modo manifiesto al interés general…” (Wolley. 1963:567).
Merced a esta serie de prescripciones que regulan el lazo social, el grupo humano puede subsistir y multiplicarse, es decir, gracias a esa regulación hay sociedad. Ese sistema establece lo prohibido y lo permitido y hace circular por un mundo “normado”, “reglado”. El Digesto se inicia con estas palabras de Ulpiano: “… nosotros separamos lo justo de lo injusto, discriminamos entre lo que está permitido y lo que no está permitido, con el propósito de hacer buenos a los hombres, no sólo por temor al castigo, sino también por el estímulo de la recompensa…” .
Una vez que se ha establecido la distinción entre lo que es lícito y lo que no lo es, la actividad humana puede desplegarse dentro de límites más estrechos pero más seguros. Y es esa la función primordial acordada al Derecho: hacer predecible al mundo. Mediante el acatamiento al sistema de normas el sujeto obtiene, a cambio, la seguridad de que podrá reclamar ante el grupo por las lesiones a su interés material y también por el “dolor moral que le causa la injusticia de la que ha sido víctima” (Von Ihering. 1958:76).
Pero, ¿por qué eso haría “predecible” el mundo? Por lo que, pese a las discusiones -de Cicerón a la fecha-, sigue siendo uno de los fines de la pena: el temor a la sanción, la “intimidación” que producen en el sujeto las penas. Repárese que destacamos los términos de sanción e intimidación y no castigo.